La TV abierta hace televisión para los que la ven en televisores.

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La industria televisiva tradicional no tiene cómo renovarse y llegar a las nuevas generaciones, por lo que sigue apostando y trabajando para el público que se crió con ella.


El sábado 22 de Enero, pasado, el periodista Daniel Valenzuela fue el invitado estelar del programa “Televidentes” del sitio de Instagram “Todo Se Sabe Oficial”. En una parte de la entrevista, señaló un hecho muy cierto del que poco hablan: la falta de renovación de rostros en la TV abierta chilena. Según Valenzuela, los últimos que se podrían considerar “rostros nuevos” que han llegado a la TV abierta son Jean Phillipe Cretton y Millaray Viera, que están trabajando desde hace más de 10 años. Los personajes salidos de programas juveniles como “Rojo”, “Mekano” o “Yingo” ya son rostros con 15 a 20 años de trayectoria.

La industria televisiva tradicional parece haber tirado la toalla respecto a la idea de atraer a las nuevas generaciones. Y es que tiene muy poco que ofrecer a los millenials y centennials que prefieren Youtube, Twitch, TikTok, Instagram, los podcast y otros medios online para satisfacer sus necesidades de información y entretención. Obviamente, las nuevas generaciones de rostros y comunicadores se decantan por las oportunidades que les ofrecen estos nuevos medios, por lo que les resulta poco atractivo ir a la TV abierta.

Aunque aún mantiene su influencia en amplios sectores de la población, la TV abierta parece estar entrando en un progresivo proceso de obsolescencia, con poco recambio de ideas y rostros, y obligada por exigencias de rating a centrar su programación en su público fiel: aquel que se crió viendo TV en esos muebles con pantalla catódica que llamamos “televisores”.

Hace 20 años, la única manera de ver TV era a través del aparato aquel, y estábamos condenados a ajustar nuestras agendas en función a los horarios de la TV, teniendo como única alternativa el grabar los programas que nos interesaban en cassettes de video. Ahora el panorama es radicalmente distinto: la masificación de la internet permite ver TV a través de tu PC, notebook o aparato móvil; los canales tradicionales no solamente compiten entre sí, sino que además tienen que vérselas con una infinita cantidad de youtubers, streamers y podcasters que, con una inversión bastante razonable, están en condiciones de ofrecer productos audiovisuales de calidad y repercusión comparables a la de profesionales audiovisuales desde su propia casa. Además, como los programas quedan disponibles en Youtube o en los sitios de los canales, podemos verlos cuando queramos y solamente las partes que nos interesen.

Lo que predomina en la TV abierta actual es programación pensada para los seguidores de siempre de la TV, que abarcan desde los millenials más tempranos hacia atrás, incluyendo la Generación X, los Boomers y lo poco que va quedando de los anteriores a ellos. El éxito de las teleseries turcas (muy parecidas a las chilenas de los años 1980) y de algunos señeros clásicos nacionales como “Sucupira” y “Amores de Mercado”; los buenos resultados de series antiguas como “La Pequeña Casa en la Pradera”, de programas que están a punto de cumplir medio siglo de vida como “El Chavo del Ocho” y “El Chapulín Colorado” y de los refritos de “Sábados Gigantes” y el “Jappening con Ja” son la muestra de que la TV abierta se está aferrando con dientes y muelas a su público cautivo.

¿Cuál es el problema de esto? Que, ya sea por fallecimiento o porque descubrieron las bondades de los nuevos medios, dicho público va a ir reduciéndose progresivamente, y tarde o temprano va a llegar el día en que no va a ser suficiente por sí solo para sostener la industria televisiva tradicional. Y ahí las estaciones de televisión se verán obligadas a reinventarse de emergencia o morir. Ante ello, quizás sería bueno que intenten reinventarse ahora, que todavía son un medio relevante, buscando la manera de atraer a las nuevas generaciones. Cabe preguntarse si los rostros o ejecutivos de los medios tienen conciencia de este dilema.

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