A propósito del fenómeno Motomami: el verdadero significado de la crítica.

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Lo sucedido con el nuevo disco de Rosalía nos permite reflexionar acerca de lo significa hacer una crítica fundamentada y con real peso, y de cómo se diferencia del vulgar “troleo” o “bullying”.



“Motomami”, el tercer álbum de Rosalía, no ha dejado indiferente a casi nadie. A pesar de su éxito, recibió el rechazo inicial de mucha gente, incluido parte de su fandom, que no comprendió lo que hizo en canciones aparentemente random y sin sentido como “Saoko”, “Hentai” o “Chicken Teriyaki”. Mucha gente que tiene en alta estima sus dos trabajos anteriores “Los Angeles” y “El Mal Querer” quedó perpleja ante la nueva propuesta de la diva catalana.

El 7 de abril pasado, el destacado productor musical y youtuber español Jaime Altozano nos regaló dos videos acerca de “Motomami”: una conversación de casi una hora con la mismísima Rosalía donde hablaron de música y de la forma en que se construyó el álbum, y otro de un poco más de media hora donde, en su reconocido estilo, disecciona detalladamente el álbum y nos revela todos sus secretos. Un verdadero lujo, un exquisito manjar para los nerds de la producción musical. Da gusto ver a dos genios, a dos jóvenes de intelecto superior, y a la vez sumamente humildes y agradables, conversar largo y tendido acerca de lo que les apasiona. Altozano fue el autor de un notable y recordado análisis a “El Mal Querer” hace cuatro años atrás, que en su momento fue respondido por Rosalía a través de Instagram.

Estos videos salieron a la luz justo en el momento en que las estadísticas de “Motomami” empezaban a decaer, y producto de ellos remontaron fuertemente. Una demostración clara de la influencia y el prestigio de Jaime Altozano como analista musical y de la astucia del equipo de marketing de Rosalía.

Después de ver a Altozano y Rosalía explicar el proceso de producción del disco, y de sus motivaciones, muchos empezamos a mirar “Motomami” con otros ojos. Lo que a muchos nos parecía absurdo y random empezó a tener sentido. Una buena cantidad de críticos del álbum cambiaron radicalmente su opinión, mientras que otro grupo importante, aun manteniendo su postura de rechazo, valoraron el trabajo detrás del álbum y agradecieron entender lo que había detrás de él.

Quizás el segmento más notable del análisis de Altozano es aquel relacionado con la tiradera flamenca “Bulerías”, en el cual mientras sonaba la canción, se mostraron en pantalla diversos troleos en redes sociales, donde los haters se referían en términos lapidarios a “Motomami”, y donde una buena parte lo consideraban “un bajón” respecto de “Los Ángeles” y “El Mal Querer”. Posteriormente, se mostraron troleos igualmente lapidarios acerca de “El Mal Querer”, donde también una buena parte lo consideraban “un bajón” respecto de “Los Ángeles”, para finalmente rematar con una serie de troleos igualmente lapidarios acerca de “Los Ángeles”. Esta parte fue una masterclass sobre cómo ningunear, hacer pedazos y dejar en ridículo a los haters y trolls. En un gran porcentaje, son gente ignorante y de mente rígida que habla desde el prejuicio, sin conocimiento, sin haber escuchado ni analizado la obra ni haber averiguado lo que hay detrás de ella. Una buena parte es pura visceralidad sin argumentos, y otra importante es puro odio, envidia y resentimiento en estado puro, y a pito de nada. Son opiniones que hablan más de los que las emiten que de la misma Rosalía, y por lo mismo su peso tiende a la baja.

Las redes sociales le han dado una tribuna de alcance planetario a cualquier persona que pueda opinar de cualquier tema y generar un efecto en la opinión pública. El peligro de eso es que un grupo de gente que opina sin tener la menor idea del tema puede resultar altamente influyente, lo que puede resultar muy peligroso. Aquí resuenan las críticas del escritor y filósofo italiano Umberto Eco: "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas"

En este escenario, resulta fundamental saber separar el trigo de la paja, saber distinguir la opinión o crítica fundamentada de la que no tiene ese peso, se basa en prejuicios y visceralidades, o es un vulgar troleo. En Chile nos acostumbramos a llamar “críticos” a personajes como el difunto Italo Passalacqua, que descalificaba espectáculos enteros por detalles puntuales y que los evaluaba con notas ridículamente bajas e injustas, con el recordado 2.0 que le puso al memorable show de Tom Jones en el Festival de Viña del 2007. Si quieres dar una opinión fundamentada, y en especial si te dedicas profesionalmente a ello, hay que hacer la pega de escuchar la obra con cierto detenimiento y conocer sus motivaciones y el trabajo que hay detrás. Creo que aquellas opiniones o críticas que no consideren esto, si bien pueden ser emitidas, no pueden aspirar a ser tomadas en serio ni menos a influir en la opinión pública.

A partir de esto, tendremos que mirar con otros ojos a artistas como Marcianeke, Bad Bunny y J Balvin, que son indiscutiblemente exitosos, pero que han sido ácidamente criticados por su supuesta falta de calidad artística, y que han sido acusados de ser productos de marketing y, en el caso de Marcianeke y otros artistas urbanos chilenos, de hacer apología de la delincuencia (curiosamente, la misma acusación que se le hizo a Bill Halley y sus Cometas en la década de 1950 y a tantos otros artistas desde entonces). Más allá de que te gusten o no sus propuestas, está claro que “algo” están haciendo que ha calado hondo en mucha gente que los sigue, y que hay que averiguarlo para poder opinar en propiedad. Lo mismo corre para otros cantantes criticados como Ricardo Arjona y Romeo Santos, y también para fenómenos editoriales ninguneados como Paulo Coelho y Pilar Sordo.

Todos tenemos derecho a opinar, pero a lo que no tenemos derecho es que se les dé el mismo peso a todas las opiniones. Si vamos a hablar de macroeconomía, no pueden pesar lo mismo la opinión del Ministro de Hacienda que la del kioskero de la esquina. El problema no es que el “idiota del pueblo” opine, sino que su opinión tenga un alcance e influencia mayor que el de la gente verdaderamente preparada, y que puede terminar dañando injustamente a gente que ha trabajado seriamente para ofrecer el mejor producto artístico posible.


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